19 de agosto de 2006

LONDRES (un día de julio del año 2006)

La estación Victoria es un nudo de comunicaciones en el centro de Londres. Muy cerquita del palacio de Buckingham y del Big Ben.
Pasaba por allí rondando las doce de la mañana justo unos días antes de irme para España después de cobrar un cheque en un lugar cercano. Cuando me disponía a bajar las escaleras hacia el metro noté algo extraño. Al principio no sabes que es, pero sin lugar a dudas tu mente se acostumbra a una rutina y cuando algo se sale de lo normal automáticamente te avisa de la incoherencia: había gente parada en la base de las escaleras. Bajé despacito, con cuidado, cualquier cosa podía ser. Y entonces vi una de las escenas mas sobrecogedoras de Londres.
Victoria es impresionante. A ras del suelo en un edificio de época con un hall de techos altos en varios niveles tienes dos o tres estaciones de trenes con unas diez vías y una innumerable cantidad de tiendas y sedes centrales de varias compañías. Alrededor se encuentran infinidad de paradas y estaciones de autobuses para cualquier lugar y en el subsuelo está el cruce de la línea Circular con la propia línea Victoria. Miles de londinenses se dan cita allí todos los días.
Al llegar abajo vi a toda la gente parada allí donde estuvieran, como si el tiempo se hubiese detenido. Todo el mundo en silencio con la mirada perdida y en actitud seria. Cientos de personas guardando un minuto de silencio por las víctimas de los atentados del año pasado. En un momento sonó una tenue sirena y un voz breve dijo: "Gracias señoras y señores". Automáticamente toda la gente se puso en marcha: las escaleras mecánicas vomitaron una bulliciosa multitud, las taquillas se llenaron de colas, los policías paseaban entre los viajeros y Londres volvía a entrar en la rutina. Esa mañana cuando salía hacia la oficina de cambio me había fijado curiosamente en unos enormes bloques de hormigón como de un metro de alto y con una forma similar a una barca. No había comprendido su cometido en una de las puertas de entrada, ahora advertía que aquello era un parapeto. Estaban allí para que nadie pudiese meter un camión cargado de explosivos por aquella puerta y destrozar de un plumazo la cordura de media ciudad. Unos días antes había pasado por la sede de Scotland Yard y también había reparado en los enormes bloques de cemento que atrincheraban toda la acera de entrada. Era una locura ver aquellas imágenes propias de la segunda guerra mundial en tiempos de paz. Aquello me hacia sentir una extraña sensación de desasosiego, de falta de sentido y, claro, de desprotección. El mensaje es nítido: a partir de ahora nadie se podrá sentir seguro en ningún lugar del mundo.
En los cinco meses que viví en Londres ningún nativo me habló de los atentados, todavía no he decidido que significaba aquello.

5 Comments:

At 12:28 a. m., Blogger Eulalia said...

Naturalmente, querida:
Los privilegios se pagan. Con inseguridad, y también con la mala conciencia de estar viviendo a costa de otros.
Un beso.

 
At 5:57 a. m., Blogger LA CAÑA DE ESPAÑA said...

Gracias por la visita y por el comentario, y sí: mucho de nuestro confort esta cimentado en la "explotación" de otros.
P.D.: soy hombre.

 
At 12:32 p. m., Blogger @Igna-Nachodenoche said...

Hace tiempo que la tranquilidad ha desaparecido, sólo que en ciertas ciudades se aprecia de una u otra forma.
Saludos.

 
At 2:08 p. m., Blogger Mar said...

pues contentos de no vivir en Bagdad, Líbano, Afganistán... somos privilegiados aunque ahora tengamos sobre nuestras cabezas la sombra de un atentado.

 
At 10:43 a. m., Anonymous Anónimo said...

Vivi alli esos atentados, su forma de reaccionar fue tan distinta a la que tenemos aqui que me sobrecogió. Creo que han aprendido a racionalizar la situacion y a darse cuenta que no pueden paralizarse. Me dieron una gran leccion.

 

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