12 de abril de 2009

DEFINICIÓN DE JAMÓN


Atiborrarme de jamón: eso es lo que he hecho esta semana santa. Y para más “inri” a sido con jamón del bueno. No os creáis, eso tiene un grave inconveniente. Después de varios años catando “pata negra con no menos de dos años de curación” si voy con mis amigos a un bar y nos ponen una tapa de ibérico los que se hartan de comer son ellos, mientras yo miro con desconfianza eso que, a mis desacostumbrados ojos, me parece carne cruda. ¿He dicho uno? En realidad los inconvenientes son dos, el otro, como ya habréis imaginado, está en la cuestión monetaria.
Y es que estoy mal acostumbrado por mi familia. Una de mis generosísimas hermanas nos regala con frecuencia este manjar. Y otra de ellas (es que tengo muchas hermanas) se compró una casa en la Alpujarra granadina, y siempre que volvía de allí se traía una pata.
Me acuerdo de que a Londres, cuando volví de hacer un papeleo en España, me llevé medio queso manchego, una botella de ron Barceló y unos cuantos cientos de gramos de finísimas lonchas de ibérico pata negra. Del ron dimos buena cuenta Piti y yo una noche de fútbol (y mira que odio ese deporte), pero de lo otro “nanay”: era un manjar demasiado valioso para tirarlo en una sola noche. Si estaba comiéndome un bocadillo le ofrecía un bocado a mis camaradas de piso, pero nada de regalar mis tesoros. Me acuerdo que un día a mi bella compañera italiana (no es que oculte el nombre, es que no me acuerdo) le corté un hermoso trozo y se lo di a probar, lo mordió con desconfianza y lo comió despacio. “Ummmmm, está bueno” dijo después. “No lo sabes tú bien” le contesté yo.
¿Y a que viene todo esto? Os estaréis preguntando. Pues viene a cuento de que tras pesarme (ya sabéis cómo estoy con el tema del colesterol) no sólo no he engordado sino que he bajado de peso.

Moraleja: “Come bien y no mires con quien”.