Bueno, no está bien expresado. En realidad debería haber dicho: “Soy el mejor mentiroso del mundo”... no, suena demasiado pretencioso. Lo dejaremos en lo del “mayor”. No, no. Este es mi blog, diremos el “mejor” y no hablaremos más del tema.
Del tema de la palabra adecuada, pero si hablaremos de las mentiras.

Las mentiras están infravaloradas en esta época. Todo el mundo se cree un gran mentiroso, se creen que nos engañan. Te conectas a un chat y la chica del otro lado se define como voluptuosa e inteligente cuando realmente es vulgar hasta la grosería (vulgar, que no simple. Últimamente considero la simplez como una cualidad más que como un defecto).
Te miente el gobierno cuando dice que el sistema de pensiones es estable: ¡Joder! Se comieron las cotizaciones de nuestros abuelos y ahora nos toca pagar el pato a nosotros teniendo que cotizar más años para nuestros padres... a saber quien pagará las mías, no tengo hijos...
Mienten los que dicen que se separan en la prensa del corazón y los que hacen como que están juntos.
Miente la chica del supermercado cuando te dice que no se había dado cuenta de que te había cobrado dos veces el cartón de leche.
Miente Nicolás Sarkozy cuando dice que no insinuó que Zapatero es tonto y miente Zapatero cuando dice que no le molesta.
Te miente el “sheriff” de Coslada diciendo que es inocente y las prostitutas que le acusaron también. Ya no hay inocentes en este mundo.
Sólo están a los que atrapan con la mano en la masa y los que nos escapamos. ¿Que no? A ver: ¿Nunca te has saltado un semáforo? ¿Nunca te has colado en el metro o en el autobús? ¿Alguna vez te han dado cambio de más y no has dicho nada?
El problema de esta eterna mentira es que ya tampoco nos creen cuando decimos la verdad. Por eso el policía pone su mano sobre la pistola cuando detiene tu coche, porque cree que vas a mentirle. Lo malo es que puedes morir tiroteado por error al ir a sacar tu carnet de conducir en el bolsillo interior de la chaqueta.

Y por eso sirven bebidas con alcohol en los bares: para ayudarnos a olvidar que podemos morir mañana al cruzar la calle. Es lo que tiene el alcohol, que hace que las mentiras sean creíbles.