Dos de la tarde. Suena el teléfono de mi casa. Me tengo que levantar del sofá y dejar de ver una tertulia política en televisión que me interesaba, a pesar de ser inalámbrico el teléfono suele estar en su base para evitar que la batería se descargue. Descuelgo:
-Hola –me dice una voz al otro lado.
-Hola –contesto educadamente.
-¿Se puede poner el dueño de la línea? –pregunta un chico con un acento sudamericano que no logro situar con claridad.
-No –digo escueto.
-¿A que hora le puedo llamar?
-A ninguna, no se va a poner.
-Bueno, déjeme que le hable de las nuevas ofertas en telefonía qu…
-Déjame que yo te hable de nuestra iglesia del “Séptimo Día” –le interrumpo tajante-. Si tú me das tu nombre, número de teléfono y dirección yo te enviaré a dos compañeros en la fe a tu propia casa para que dejes entrar a dios en tu vida.
-¿?
-Tú puedes hacer mucho bien con tu fe –continúo ante su silencio. Sin duda no le habían preparado para esto durante el curso de venta telefónica de media hora que le habrán impartido.
-Sí… verá… -me dice algo confuso- las conversaciones son grabadas por la empresa y esta no quiere que demos nuestros datos…
Yo no me voy a rendir tan fácilmente, así que ataco de nuevo:
-¿Pero no comprendes todo el bien que tú puedes realizar con tu trabajo? –le digo con entusiasmo. Yo vendí, hace años, casas y sé el tono que hay que usar para convencer- Tienes acceso directo a las vidas de otras personas y aunque no consigas venderle tu telefonía sí puedes aprovechar para hablarle de Jesús y dejar que la luz entre en sus vidas…
Desgraciadamente me cuelga, ya estaba empezando a entrar en calor e iba cogiendo carrerilla en mi monólogo.
Al próximo que me llame lo convenzo de que apoye el matrimonio y la concepción de niños como medio para salir de la crisis.
¿Habrá terminado la tertulia esa que estaba viendo…?