-“Estamos a 11 de octubre… once de octubre…”
Me repetía el domingo noche incesantemente mientras me secaba en la orilla.

El pasado largo fin de semana, festivo para los españoles, hizo una temperatura extraordinaria y el sol lució con prepotencia. El domingo me levanté temprano para hacer unas tomas de la Alhambra. En realidad era una excusa, tenía la batería de la cámara cargada y aproveché este suceso para darme un tranquilo paseo por Granada.
Estaba sentado en un murete (muro de piedra bajo sobre el que sentarse o apoyarse) al lado del Palacio de Carlos V y no se me ocurría nada más que grabar de la zona no acotada del recinto. A pesar del fuerte sol, que me permitía ir cómodamente con una camiseta, no me sentía para nada acalorado. Durante este descanso se me ocurrió una cosa, eché mano del móvil (¡Que tiempos estos, ¿Eh?! En que puedes disponer de un teléfono en cualquier parte) y llamé a un amigo. Recordaba que el día anterior nos había propuesto irnos durante el finde a la playa. Y en un par de minutos habíamos acordado el lugar y la hora donde quedar. Apenas cuarenta minutos después íbamos camino de la costa junto con otro compañero.
Y sí: la temperatura era fabulosa, el agua estaba algo fría, pero limpia y tranquila como en un plato y, por supuesto, no tuvimos que luchar con un millar de furibundos veraneantes para encontrar donde plantar las sombrillas de playa.
Fue un bonito día de agosto en pleno otoño. Al atardecer hicimos un montón de contraluces con el mar como telón de fondo.

Aqui os dejo esta escasísima muestra de lo que nuestros ojos vislumbraban justo antes de que nos rodease la oscuridad.