25 de julio de 2010

El recuerdo persistente de los que nos querían.

Hará unos 20 años, tras un verano en el que no había parado de estudiar y repasar apuntes de la universidad, decidí acudir a una revisión con el oftalmólogo para averiguar la razón del profundo escozor en mis ojos que me atormentaba desde hacía unos meses.
La consulta del especialista de la Seguridad Social estaba atendida por dos chicas simpatiquísimas que, tras revisarme la vista con un aparatito especial, concluyeron que no era más que el normal cansancio por el sobreesfuerzo.
Estaban verificando mi cartilla para extenderme la receta de un colirio relajante cuando repararon en mi apellido:

-Burgos… Burgos… ¿No será pariente del Doctor Felipe Burgos? –dijo una de ellas-.

-Sí, era mi padre –
contesté yo-.

Se le iluminaron los ojos a ambas.

-No sabes la de veces que nos ha llegado alguien hablando de tu padre. Que si “el Doctor Burgos fue quien me recetó estas gafas, que si “me trató tal enfermedad”. Hemos oído a cientos de pacientes hablarnos maravillas de él.

-Sí, durante muchos años atendió consulta en el Hospital de la calle Gran Capitán –
les informé a su vez-. Gracias por decírmelo.

Aquella tarde salí de esa revisión con algo más que una simple receta en el bolsillo.