Trafalgar Square es una plaza realmente impresionante en medio de Londres. Con sus fuentes, sus leones, y el almirante ese subido en lo alto de aquella alusión fálica. Dudo que ni siquiera un tercio de los ingleses sepan que Trafalgar es un Cabo situado enfrente de Cádiz, ni que Cádiz está en España, ni que la batalla la perdimos gracias a la torpeza del vicealmirante francés Pierre Villeneuve; pero lo que si saben es que ellos ganaron, eso sí que lo tienen muy claro.
Creo que no hay cosa que defina mejor a un inglés que la de ser mal vencedor y peor perdedor. Sus ciudades están plagadas de plazas, avenidas y estatuas que rememoran sus victorias; incluso algunas inventadas, como nos recuerda Pérez Reverte en su columna de la semana pasada.
Es por eso la inquina que supuran los poros de todos ellos hacia Fernando Alonso, que empató, a pesar de tener a todo el equipo McLaren zancadilleándole, con su querido pupilo (que de paso le había robado toda la telemetría y ajustes del bólido al español).

Quedan pocas carreras. Su chiquillo (ese tal Hamilton) ayer decía que Alonso ya no contaba para la victoria, ahora dice que es a él mismo al que no ve con posibilidades.
Me importa bien poco si Ferrari se ha saltado la regla de “las ordenes de equipo” puesto que todos sabemos que ninguna escudería ya las respeta y como reza aquel dicho español: “aquí, o foll. todos o la put. al río”, expresión misógina y ordinaria donde los haya, pero clarificadora como pocas. De hecho no me importaría ni que Fernando se pasase la mitad del reglamento por “el arco del triunfo”. Después de ver como se roban alerones entre miembros de un equipo, se espían entre escuderías, se expolian secretos a lo bestia, sancionan a los míos y perdonan a los otros… vamos: que me da igual. Quiero que gane Alonso y que arrase Ferrari.

ASÍ DE CLARO.