20 de diciembre de 2010

El SAS en la JA

(TRADUCCIÓN: La Sanidad Pública en Andalucía)

Tocaba revisión sanguínea (¿Se dice así? ¡Jo, qué tétrico!). A la salida me preguntó la mujer que daba cita previa para el médico de cabecera que si la enfermera me había dicho para cuándo estarían las pruebas, iba a ser que no: la chica sólo me había dicho que no me encontraba ninguna vena... imaginaros lo que vino luego.

Al llegar me enteré que había cambiado el método, ahora entrabas a la hora exacta que te habían dado.
-“¡Las 8: 40!” –gritó la de la puerta a las 8: 45 y entró una que iba para las 8:35. Eficacia española.
-“¡Las 8:52!” –gritó a las 8:47. “¡Coño! ¿Qué ha pasado con las 8:49? LA MÍA”, me dije mientras dos hombres discutían en la puerta quién había estado a qué hora en dónde.
-“Bueno, pasa tú” –me dijo sin mirarme.
No soy aprensivo, os lo juro, pero no me gusta que me atraviesen la piel con objetos afilados, soy totalmente alérgico a las puñaladas. Primero rechazó el brazo izquierdo, luego, cuando vio el derecho frunció el cejo, aquello me dio mala espina. “Ya empezamos” –me dije. Empecé a buscar carteles por las paredes en los que concentrar mi atención mientras ella se dedicaba a darme golpecitos con dos dedos en varios puntos del brazo.
Yo no sentía el pinchazo y de pronto ella hizo un movimiento brusco (en una de estas me da un infarto del susto) y con visible mal genio cambió la aguja por otra más gruesa y corta. “¡Halaaaaaaaaaaa!” –me dije, aunque por mi boca no salió ni un sonido: no tenía saliva.
El tacto fresco de la gasa con alcohol y ¡TOMA! “Será criminal la tipa esta y yo que la había creído hasta guapa al entrar” –grité en mi interior. Hay gente que iba para verdugo y nació demasiado tarde, esta chica hubiera hecho su “agosto” en los tiempos del “garrote vil” (los franceses usaban la guillotina, en España, más prácticos, atravesábamos la nuca con un tornillo mientras un grillete te rompía la traquea).

Rápidamente me cubrió el agujero con otra gasa.
-¿Me puedo ir ya?” –dije.
-Sujétate fuerte esto –decía ella con premura.
-Pero ¿Ya hemos terminado?
-Sí, sí, pero aprieta fuerte –dijo como si pensara: “Cuánto va que este se quita la gasa y nos llena todo de sangre”.
Cuando me la quité y vi el chorreón lo entendí, aquello había sido una fuentecilla al retirar la aguja.

"Anda, vamos a desayunar algo", me dije para animarme.