8 de marzo de 2011

De perdidos al río...

Una noche un londinense noctámbulo vio como entre la penumbra se le acercaba un pequeño animalillo hasta donde él estaba sentado en un parque. Por su tamaño y forma dedujo que se trataba de una ardilla y le echó comida. Durante varias jornadas acudió al parque porque tenía una duda que le asaltaba la cabeza y quería confirmarla. Todas las noches le echaba miguitas y todas ellas el animalillo se acercaba y comía a su vera. El Inglés estaba eufórico porque se había fijado en que tenía la cola calva y no con la generosa mata de pelo que estaba acostumbrado a ver en esos bichillos, así que convenció a un amigo suyo biólogo para que le acompañase y verificara su descubrimiento: el primer espécimen conocido de “ardilla de cola calva”. El amigo se sentó a su lado en el banco y juntos esperaron a que se hiciera de noche y la ardilla viniera a comer. Cuando finalmente apareció el biólogo abrió sus ojos incrédulo al verla y algo asqueado le dijo a su amigo:

-Eso no es una ardilla, es una rata.

(Parafraseando al fabulador Samaniego:) Como estos hay muchos que parecen políticos y sólo son ratas.