LA IN-OPIA

Nunca he fumado un porro. Absurdo sería tragarme el humo que produce al quemarse una resina alucinógena cuando no soporto ni el del tabaco. Esto no es ninguna aclaración meritoria… es que recordaba “batallitas de la mili” en voz alta.
Uno de los cabos primeros volvió de un convoy con la mano vendada. Le entregaron una pistola para que ejerciera de escolta de uno de los camiones y él se puso a chulear con el arma. Gracias a dios la primera bala era de fogueo y sólo se hirió con la quemadura del fogonazo, de lo contrario habría regresado sin el final de su brazo.
Ese mismo cabo ya había estado una temporada en la prisión militar del “castillo” por algunos asuntos que se mostraba reacio a comentar y, ahora, se pasaba las horas muertas en su cuarto entre nubes de hachís a la espera de que le comunicaran su más que probable reingreso en la misma. ¿Conocen esa frase de que ”la mujer del cesar no sólo tiene que ser honesta sino que además debe de parecerlo”? Pues en el ejército se te permite ser estúpido, siempre que lo disimules convincentemente, y que faltase una bala al devolver un cargador “canta” demasiado.
He salido con mujeres que fumaban pero ninguna fue lo suficientemente egoísta como para hacerse un porro estando conmigo… ninguna menos la psicópata de Marián (no es un insulto, esa mujer tiene serios problemas de control). Mientras que se lo fumaba ostentosamente me dijo que yo no podía comprender la libertad que eso le causaba. En realidad todo aquello no era más que una prueba para conocer mi tolerancia. Ella no me lo dijo, pero yo lo sabía. Como le gustaba, y eso le daba pavor, se estaba dedicando a ponerme obstáculos en el camino a ver si yo mismo me descalificaba. En ese momento permanecí callado pero esa noche, cuando la llevé a su casa en coche, le dije que la próxima vez que tuviese pensado ponerme un examen que me avisara antes y así me daría tiempo de preparármelo.
Sólo el soldado del disparo se empeñó en hacerme cambiar de opinión e intentar que me fumara uno. Pero enseguida se dio cuenta de su error y de que su lamentable estado no era excusa, así que inmediatamente se desdijo de su idea y me permitió acompañarlo pasivamente en su desdicha… aunque el aire irrespirable de aquella habitación pareciera el de un fumadero de opio.
Uno de los cabos primeros volvió de un convoy con la mano vendada. Le entregaron una pistola para que ejerciera de escolta de uno de los camiones y él se puso a chulear con el arma. Gracias a dios la primera bala era de fogueo y sólo se hirió con la quemadura del fogonazo, de lo contrario habría regresado sin el final de su brazo.
Ese mismo cabo ya había estado una temporada en la prisión militar del “castillo” por algunos asuntos que se mostraba reacio a comentar y, ahora, se pasaba las horas muertas en su cuarto entre nubes de hachís a la espera de que le comunicaran su más que probable reingreso en la misma. ¿Conocen esa frase de que ”la mujer del cesar no sólo tiene que ser honesta sino que además debe de parecerlo”? Pues en el ejército se te permite ser estúpido, siempre que lo disimules convincentemente, y que faltase una bala al devolver un cargador “canta” demasiado.
He salido con mujeres que fumaban pero ninguna fue lo suficientemente egoísta como para hacerse un porro estando conmigo… ninguna menos la psicópata de Marián (no es un insulto, esa mujer tiene serios problemas de control). Mientras que se lo fumaba ostentosamente me dijo que yo no podía comprender la libertad que eso le causaba. En realidad todo aquello no era más que una prueba para conocer mi tolerancia. Ella no me lo dijo, pero yo lo sabía. Como le gustaba, y eso le daba pavor, se estaba dedicando a ponerme obstáculos en el camino a ver si yo mismo me descalificaba. En ese momento permanecí callado pero esa noche, cuando la llevé a su casa en coche, le dije que la próxima vez que tuviese pensado ponerme un examen que me avisara antes y así me daría tiempo de preparármelo.
Sólo el soldado del disparo se empeñó en hacerme cambiar de opinión e intentar que me fumara uno. Pero enseguida se dio cuenta de su error y de que su lamentable estado no era excusa, así que inmediatamente se desdijo de su idea y me permitió acompañarlo pasivamente en su desdicha… aunque el aire irrespirable de aquella habitación pareciera el de un fumadero de opio.